Escuchaba hace poco a José Luis Sastre compartir lo que le costó, y por qué, utilizar la palabra genocidio para lo que estaba sucediendo en Gaza. No recuerdo la expresión exacta, pero venía a señalar la importancia del significado de las palabras, del peso real que tienen.

Los medios se hacían eco ayer de una noticia aterradora. Durante el sitio de Sarajevo, en Italia amantes de las armas de extrema derecha organizaron «safaris humanos» para ser francotiradores, pagando cantidades de dinero mayores cuanto más vulnerable fuera la víctima a batir. Me faltan calificativos para describir el dolor que causa saber que esas personas son vecinos, compañeros de trabajo, padres, hermanos que carecen del más mínimo atisbo de conciencia humana como para salir de cacería de otra persona.

Tras la náusea inicial me vino a la cabeza la más que desafortunada comparación que hizo la presidenta de la Comunidad de Madrid diciendo que las manifestaciones de protesta en la Vuelta ciclista hicieron que Madrid pareciera Sarajevo.

Me consta que no soy la única a la que se le encogió el alma al escuchar frivolizar de esa manera con uno de los episodios más oscuros de la historia reciente.

El asedio a Sarajevo duró 4 años durante los cuales murieron alrededor de 14.000 personas según las Naciones Unidas y el Centro de Investigación y Documentación de Sarajevo. La ciudad quedó devastada después de sufrir un bombardeo diario durante 1.430 días.

La noticia revelada estos días añade un plus de terror y de deshumanización al sitio de Sarajevo. Dudo que quien banalizó de esa manera con la guerra, con la muerte, con el genocidio que se vivió en Bosnia-Herzegovina pensara en ello.

Las palabras no son inocuas, dicen lo significan y también lo que quien las utiliza quiere decir con ellas. Si todo vale, nada importa y vivimos en tiempos en los que se da más valor a un efímero chispazo de malentendido ingenio que a pensar lo que se está diciendo.

Nunca más ningún Sarajevo.

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