Siempre he pensado que es muy fácil juzgar la historia cuando ya es eso, historia, y que lo difícil es hacerla.
La transición española a la democracia tras más de 40 años de dictadura franquista seguro que fue imperfecta, pero la generosidad, la responsabilidad y el sacrificio de muchos en aras del bien del conjunto de la ciudadanía española nos ha conducido al mayor periodo de paz y convivencia en libertad ha conocido este país.
Toda generación siente que debe pasar a la historia por alguna gesta. El siglo XX dejó los movimientos por los derechos civiles, mayo del 68, los movimientos de liberación nacional en América Latina, la caída del muro, la transición…
La generación que ha crecido en el siglo XXI parece buscar su “revolución”, su “transición” lo que es a todas luces legítimo, y causas por las que rebelarse no faltan, pero, ¿nada de lo que se ha hecho en el pasado es válido?
Que algunos hablen del “régimen del 78” no es una novedad pero la frivolidad con la que se emplean términos como franquismo, fascismo, dictadura o presos políticos no tienen parangón.
Me encoge el cuerpo escuchar cómo se nos califica como franquistas a quienes defendemos la Constitución que mayor periodo de paz, convivencia y progreso ha traído a nuestro país. ¡Qué atrocidad!
Nuestro actual modelo de Estado fue diseñado en un momento crítico, con el dictador recién enterrado, en un país en blanco y negro tras décadas de represión, en un país centralizado, alejado de Europa y a construir en derechos y libertades. Debemos reformar y actualizar nuestro marco de convivencia, pero no a costa de denostar y despreciar lo construido, al contrario, recuperando el espíritu que movió a quienes lideraron aquel momento histórico.
El lenguaje nunca es neutro ni inocente y referirse a España como un país de prácticas fascistas o franquistas por parte de quienes exprimen hasta el límite las normas de convivencia de las que nos dotamos en el 78 resulta un ejercicio de cinismo de ingentes dimensiones.
Llama la atención que sean precisamente quienes han crecido en democracia y no han tenido que jugarse literalmente la vida por nuestros derechos, o precisamente por eso, que sean ellos quienes utilizan con total naturalidad expresiones de desprecio hacia el modelo democrático que ha hecho posible que puedan ser lo que han llegado a ser, que puedan expresarse como se expresan, que estén en las instituciones defendiendo sus ideas en libertad.
Que sean quienes retuercen la ley hasta sus recovecos más pequeños para justificar acciones que son de dudosa naturaleza democrática quienes califiquen nuestro país de no democrático insulta la inteligencia de cualquiera que como decía aquél “tenga dos dedos de cerebro”.
La perversión del lenguaje hace que se frivolice el significado real de las palabras, que pierdan su significado original y con él las emociones y la historia que las crearon.
He tenido la oportunidad de conocer países en los que se sube la música para hablar, en los que se encarcela a sindicalistas y defensores y defensoras de derechos humanos, en los que, literalmente, la gente se orina encima al ver hombres de uniforme y, desde luego se parecen muy poco a este país.
En el mundo hay cientos de presos políticos y de conciencia, defensores y defensoras de derechos humanos que son perseguidos, encarcelados y asesinados por luchar por disfrutar de un régimen de derechos y libertades como el que disfrutamos nosotros.
Leía el otro día la carta de Justiniano Martínez que publicaba un diario y pensaba emocionada en el dolor de quienes sí sufrieron la prisión por sus ideas, en quienes fueron perseguidos y torturados en las cárceles franquistas precisamente para que hoy podamos ejercer los derechos y libertades de los que disfrutamos.
El franquismo segó la vida de millones de españoles, sumió a nuestro país en un período oscuro de miedo y represión con miles de presos políticos y represaliados por su ideología, orientación o identidad sexual.
Por ellos, por nosotros, por nuestros hijos e hijas recuperemos el respeto a las palabras.
@CarlotaMerchn
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