El 6 de febrero tuvo lugar en aguas jurisdiccionales españolas un episodio tan escandaloso como inhumano. 15 personas, personas sí, murieron tratando de llegar a la playa del Tarajal en Ceuta.
Este hecho ya de por sí hace que se remuevan las conciencias de cualquier ser humano que tenga a bien considerarse como tal. Pero en esta ocasión ha trascendido un elemento que agrava hasta casi el infinito esta situación. Incumpliendo el principio más básico del auxilio a un ser humano en situación de peligro, lo que les llegaba desde la orilla no eran sino pelotazos de goma en un intento de disuadirles de llegar a la playa.
Me pregunto qué sentirían esas personas, que seguramente vienen huyendo de disparos reales, al oír los lanzamientos de pelotas de goma, qué pánico les recorrería el cuerpo. Porque no nos olvidemos de la razón por la que esas personas estaban en esa playa, vienen huyendo del pánico, de la violencia sin sentido, de la pobreza y el hambre.
Esa imagen de guardias civiles mirando a un grupo de personas desesperadas, dando manotazos al agua helada, sin el más mínimo gesto de ayuda resulta espeluznante. Particularmente me da exactamente igual si quien debía ayudarles era la guardia real marroquí, la guardia civil española o los cascos azules. Quienes estaban ahí eran fuerzas de seguridad españolas, que debían haber recibido la orden de rescatar del agua y poner a salvo a esas personas, a esos seres humanos y no otra.
Algo debe de estar mal, cuando aún no sabemos qué pasó el 6 de febrero en el Tarajal. Lo que sí sabemos es que ese día, 15 personas murieron ahogadas en una playa española, muertes que seguramente se podrían haber evitado si alguien les hubiera echado una mano.
Es fácil caer en la demagogia y reducir el debate a las puertas abiertas a la inmigración o la defensa del honor de la guardia civil y sus mandos cuando de lo que estamos hablando es del deber de auxilio, de que antes que cualquier cosa están los derechos humanos.
Así vamos mal, muy mal.
@CarlotaMerchn
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