Hoy he tenido una de esas inyecciones de compromiso que tanto se agradecen.
He tenido la suerte de escuchar al Presidente Lula.
Tras esa apariencia tan común para quienes venimos de pueblos o barrios en los que abundan las personas corrientes, hay un hombre de una fuerza increíble.
Su discurso mirando a los ojos de lucha contra la pobreza y la desigualdad irradia emoción y la certeza de que solo será posible la prosperidad garantizando la igualdad de derechos y oportunidades a los más desfavorecidos, a las clases trabajadoras del mundo.
Esa obsesión por el derecho a la alimentación que a muchas nos enganchó en campañas e incidencia sigue viva y necesaria.
Quienes no pueden cubrir necesidades y derechos básicos difícilmente pueden pensar en otras cuestiones. La desigualdad social y económica tiene una traducción directa en la desigualdad política y el ejercicio del poder.
Esa debe ser nuestro propósito, poner todo al servicio de la lucha contra la desigualdad.

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