Hace unos meses tuve la oportunidad de participar en una tertulia en la que se debatían cuestiones muy profundas sobre la economía global. Recuerdo que mi humilde aportación fue poner sobre la mesa la cuestión de los cuidados, cómo nuestro modelo económico se sostiene sobre un modelo de cuidados feminizado e insostenible a día de hoy si tal cual tuviera que ser bien asumido o financiado por cualquier Estado. Recuerdo también que mi comentario solo captó el interés de otra mujer, para el resto pasó desapercibido.

En la vida cada uno de nosotros tenemos una certeza y es que todos necesitaremos ser cuidados por otros por motivos múltiples, pero alguien deberá cuidar de nosotros. La clave es cómo, quién y por cuánto.

A día de hoy son mujeres, remuneradas o no, las que asumen esta tarea.

El informe “El trabajo de cuidados y la crisis global de desigualdad” presentado por la ONG Oxfam Internacional nos pone frente al espejo de nuestro modelo de cuidados, insostenible e injusto.

¿Alguien puede pensar que es sostenible un modelo que ignora que el trabajo de cuidados no remunerado que realizan las mujeres del mundo supone 10,8 billones de dólares?

Nuestro sistema se asienta en la desigualdad y más específicamente en la mayor desigualdad existente que es la desigualdad de género. Porque son las mujeres y las niñas las que cuidan en el mundo; porque las mujeres españolas conciliamos en buena parte gracias a otras mujeres, muchas venidas de otros países donde han dejado a sus hijos e hijas al cuidado de otras mujeres en lo que se conoce como cadena global de cuidados.

Al contrario de lo que afirmaba hace unos días el Alcalde de Madrid[1] la desigualdad no es inherente al progreso sino a un modelo que deja a buena parte de sus miembros atrás. La desigualdad es inherente a un modelo que genera riqueza para unos pocos a costa de la pobreza de unos muchos, o mejor dicho, de muchas.

En este sentido recuerda Oxfam Internacional que las mujeres se encuentran en la parte más baja de la pirámide económica que coronan hombres, con una cifra que ilustra perfectamente esta desigualdad: 22 hombres concentran más riqueza que todas las mujeres de África.

Esta realidad no es sostenible. No es aceptable que el mundo de 2020 pretenda progresar a costa de la desigualdad de las mujeres, de las mujeres pobres, particularmente.

La desigualdad no es una buena aliada de las democracias, genera hartazgo y desafección y, por lo tanto, inestabilidad.

[1] “Hay desigualdad pero es inherente a las sociedades que progresan”, José Luis Martínez Almeida en Forum Nueva Economía (Madrid, 13 enero de 2020)

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