Nos hemos estremecido estos días con las terribles imágenes el incendio de la torre Grenfell en Londres. Los últimos datos hablan de hasta 30 personas muertas y más de 70 personas desaparecidas.

Parece que más de 800 personas vivían en este edificio, personas en su mayoría de origen inmigrante y muy humildes. Parece que los sistemas de alarma no funcionaron. Y parece que ya se había avisado de los peligros que suponía el material de la recubierta del edificio.

No conocía esta torre, pero me la imagino como esas tantas torres que vemos en las grandes ciudades en las que viven personas muy similares. En muchos casos son viviendas anteriormente ocupadas por las clases obreras locales que han mejorado su situación, dejando ese espacio a quienes estarían en peor situación social y económica. 

Hay miles de torres Grenfell en nuestros países. Edificios en los que viven personas que pagan en muchos casos precios muy elevados por un techo, en muchos casos compartido y en demasiados casos en unas condiciones muy mejorables.

No sé si se sabrá finalmente el número de personas fallecidas, ni siquiera si se sabrá cuántas personas vivían allí. Es posible que su situación administrativa haga que algunas personas ni siquiera pidan ayuda o, más dramático aún, que ni siquiera se sepa de su existencia. Albergo la esperanza de que los ayuntamientos tomen nota y presten atención a las torres Grenfell que hay en nuestras ciudades. 

Que la desgracia se cebe en exceso con los más pobres no es casual, más bien causal. Luchar contra la pobreza y la desigualdad requiere mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos y ciudadanas, entre ellas garantizar una vivienda digna.

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