Escuchaba el otro día a un compañero decir que quizás los españoles somos más proclives a la corrupción que otros ciudadanos de nuestro entorno. Es cierto que somos, seguramente, el único país con un género literario propio llamado “la picaresca” pudiendo caer en la fácil tentación de pensar que cada español y española tiene un lazarillo dentro, pero me resulta muy difícil creer que venimos con un cromosoma corruptible de serie.

Me duele escuchar que la corrupción es generalizada en este país. Seguramente este dolor se deba a mi relación con la administración pública y seguramente a mi conocimiento de otros países en los que desgraciadamente sí se dan prácticas corruptas extendidas. Porque, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de corrupción generalizada? Y lanzo un par de preguntas: ¿A cuántos de vosotros y vosotras os ha pedido alguna vez un empleado público dinero a cambio de agilizar o facilitar una gestión administrativa, adelantar puestos en una lista de espera o para evitar una sanción? ¿Cuántas personas conocéis que hayan enfrentado esta situación?

Con esto no quiero ni remotamente quitar gravedad a los numerosos casos de corrupción que se agolpan en los juzgados, pero de ahí a decir que vivimos en un sistema corrupto hay un trecho.

Me parece que para plantear medidas contra la corrupción, para prevenirla y atajarla, es esencial identificar dónde se produce, quiénes son sus principales responsables y parecen estar bien localizados en los niveles políticos.

Por eso el primer paso que debería darse es la depuración y limpieza en profundidad de esos niveles políticos. Y ahí, el panorama está bien claro, unos estamos haciendo los deberes y otros no. Primero, que ordenen su casa y luego podrán hablar.

La corrupción mancha todo lo que toca, no solo al partido político al que pertenece el corrupto, sino al conjunto del sistema democrático y quien tolera y/o no pone en marcha todo lo que está en su mano para erradicarla, para prevenirla y castigarla está dañando el modelo de convivencia que, por imperfecto que pueda ser, nos ha permitido convivir en bienestar y libertad las últimas décadas.

Son esas actitudes soberbias y de superioridad moral las que alimentan eslóganes y actitudes de descalificación de nuestra democracia. Son los responsables políticos que mantienen estas actitudes fariseas de los patriotas de pulserita, los que están manchando la democracia que tanto costó conseguir.

@CarlotaMerchn

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