Cada mañana a eso de las 7:41 escucho salir del altavoz una voz de mujer anunciando “Próxima estación: Atocha” y no hay mañana en la que no recuerde lo sucedido hace hoy 10 años.

Es difícil olvidar qué estábamos haciendo ese día en el momento en el que nos golpeó la noticia, seguramente, más sobrecogedora que hayamos soportado como democracia.

Recuerdo llevar a mi hija de poco más de cuatro meses a la escuela infantil sin saber muy bien qué hacer, recuerdo la necesidad de hacer algo, la culpabilidad por meterme en el metro camino de la oficina, el sentimiento de que no podía ser un día más. Y poco a poco fuimos siendo conscientes de la magnitud de la tragedia.

Un recuerdo que tengo marcado es el silencio que inundaba la ciudad, no se oía nada, el silencio del dolor, del desconcierto.

Y después llegaron los gritos y la rabia, la necesidad de saber, de conocer la verdad mientras algunos se empeñaban en repetir una mentira en su afán por convertirla en verdad. Pero no pudo ser.

10 años después mi recuerdo sigue siendo, igual que entonces, para las víctimas, las que iban en esos trenes y sus familias y amistades.

Escuchar declaraciones de entonces y de ahora de quienes siguen empecinados en sembrar dudas que solo ven ellos me molesta y me duele. Las víctimas, todas, merecen el máximo respeto y no según entiendan que den o quiten votos.

Perder al hijo, la hija, la pareja, un familiar, un amigo siempre es un drama pero si además es porque alguien lo decide de manera totalmente aleatoria el drama aumenta de manera exponencial. Y, si además, aquellos de quienes cabe esperar te acompañen en el dolor y se dediquen a la búsqueda de los culpables, anteponen sus intereses partidarios a las víctimas, el drama deriva en catástrofe.

Pocos comportamientos se me antojan más indignos que pretender atacar la dignidad de aquellos a quienes les ha sido arrebata la vida.

Hoy 11 de marzo, cogeré el tren, y un día más me acordaré de 192 personas que dejaron de ser anónimas, trabajadores y trabajadoras, estudiantes que aquel 11 de marzo se montaron -como haré yo-  en el tren camino de su rutina, sin saber que su vida se truncaría, que  cambiaría para siempre, la suya y la de quienes dejaron atrás.

Mi respeto, mi memoria, mi cariño y mi solidaridad para todas las víctimas.

Una parte de todos y todas se perdió en los trenes que no llegaron a Atocha el 11 de marzo de 2004.

@CarlotaMerchn

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